miércoles, 5 de septiembre de 2012

Querido verano,



Como cada año has pasado con indecente celeridad. Te he estado esperando 11 meses, has sido mi motivación en los momentos de pesadumbre, he viajado mentalmente hasta ti en no pocas ocasiones y finalmente te has convertido en un gusanillo en mi estómago en esos últimos días antes de tu triunfal llegada. Hoy en cambio, te miro ya por el retrovisor, y tengo la evidente certeza de que regresarás, pero es imprudente empezar ya a pensar en ti como algo futuro, pues ahora sólo eres pasado. Lo que ayer era ilusión hoy es nostalgia (y, desde la oficina, hasta pensamientos suicidas).

Un año más has venido en forma de bañador, Quelitas, sal marina, gazpacho Alvalle, sol y amigos. Buen humor y relax podrían ser dos términos para definirte, pero tu grandeza deja estéril cualquier palabra a la hora de tratar de captar toda tu esencia. No es del todo correcto decir el verano, pero sí ‘MIS vacaciones de verano’: eres mi termómetro anual, el que determinará el equilibrio del resto del año, en realidad eres mi fin de año, pues cuando terminas siento que ha finalizado un período emocional. El día que vuelvo de verano es mi particular 1 de enero. Hoy sí que me siento un año más viejo. Los veranos son una dulce forma de avisar de que te haces mayor, son ellos los que en el futuro evocarán los mejores recuerdos de la vida, sobre todo si los entiendes compartidos con los tuyos, con aquellos actores secundarios que permites (y necesitas) que coprotagonicen tu película.

Yo te disfrazo de calor y de mar, otros lo harán de otra forma. Es tiempo de siestas, de comer a todas horas, de lectura y de atardeceres entregados a mi placentero vicio de engullir kilómetros zancada a zancada. Es aire libre, noches estrelladas y dormir con el único ruido que tiene acreditación VIP en mi habitación: el de las olas del mar. Es la guerra declarada al reloj, ya no hay horarios. En verano levantamos un muro contra las preocupaciones, toca abrir un hueco, necesario, con la rutina, distanciarse, al menos mental y emocionalmente, y desplazarse a otros estadios de la realidad...



Hay chiringuitos de verano, noches de verano, horario de verano, ligues de verano, la canción del verano... Parece que la gente pierde la cabeza con estas fechas y que es obligatorio pasarlo bien, gastar dinero y conocer gente que, precisamente por ser verano, parece más interesante que si la hubieras conocido en cualquier otra época del año. Pero es justamente esa predisposición generalizada en la gente lo que convierte las vacaciones de verano en un momento mágico. Habría que analizar el porqué de esa predisposición, pero eso es carne de otro post.

De nuevo te despido entre lágrimas, especialmente cuando me pongo frente a la pantalla del ordenador en la oficina. Te echaré de menos, querido. Pronto llegará la nostalgia más madrugadora en forma de simpáticas (o no tanto) fotos, luego las cenas para recordarte y por último bajarán las temperaturas y el sol se irá a las 5 de la tarde, para terminar de un porrazo con este bonito sueño. Pero para entonces el despertador ya hará meses que suena a una hora indecorosa, al salir de la ducha ya no veremos la marca del bañador en nuestra piel, los shorts femeninos estarán siendo devorados por las polillas muy al fondo del armario y los escotes volverán al reino de la imaginación (a veces creedme que están mejor ahí, otras, por suerte, no...). Ahora toca volver a ver a ‘los de siempre’ y rezar para que cuando cortésmente les preguntemos por sus vacaciones no extraigan sus teléfonos móviles de los bolsillos y nos conviertan en víctimas del reportaje gráfico de su descanso estival, lleno de fotos (o peor aún, vídeos) del magnífico apartamento que alquilaron junto a la playa de ‘nosedonde’, del velero de muchos metros en el que fueron, de cómo sus bebés han empezado a caminar, lo bien que ha aprendido a nadar su hijo o lo buena que estaba la titi que han cortejado (o al menos eso cuentan) durante estos últimos días.

Vuelve la rutina, poniendo fin así a todas aquellas licencias que nos tomamos precisamente por ser verano. Licencia para despertarse tarde, para ir sin camiseta y andar descalzo, para comer a las 5 y cenar pasadas las 11, para quedarse dormido a cualquier hora, para salir de fiesta cada día de la semana, licencia para verse más guapo cuando uno se mira al espejo, para bañarse desnudo (y acompañado en el mejor de los casos) en el mar al volver de la discoteca, licencia, en definitiva, para disfrutar de lo que los italianos llaman el ‘dolce far niente’...
Guardemos la ropa de color chillón, las bermudas y las chanclas, guardemos los sueños...se acabó vivir con los nervios y preparativos, precisamente porque ya pasó.

En fin...mucha suerte a todos en la rentrée, y ¡que viva el verano!